Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que a los niños no se les hacía demasiado caso. Sin ir muy lejos, la abuela de quien escribe, cuando un nieto o nieta se ponían pesaditos, recomendaba actuar ante ellos: “Como si fueran muebles”. Una mesa, una silla o un armario. Ignorarlos hasta que se les pasara la rabieta o dejaran de dar a lata. El “ya encontrarás algo para hacer” era asimismo otra respuesta habitual al clásico “me aburro”. Se consideraba que el distraerse era tarea de los niños, no de los padres, y que uno era capaz de hacerlo solo.
La contaminación del tráfico afecta a la función cerebral de las personas
Los hallazgos, publicados en la revista científica Environmental Health, han mostrado que solo dos horas de exposición a los gases de escape del diésel provocan una disminución de la conectividad funcional del cerebro, es decir, afecta a cómo las diferentes áreas del...