“En la familia, el niño se encuentra como pez en el agua”
Carlos Martínez de Aguirre. Catedrático de Derecho civil y Presidente de The Family Watch.
Este resumen de la ponencia tiene una finalidad meramente informativa y de ningún modo pretende ser exhaustivo ni agotar su contenido.
La familia es el medio ambiente adecuado para el desarrollo del niño: un entorno natural altísimamente especializado, diseñado para proporcionar al niño, desde su nacimiento, la protección que precisa, así como para satisfacer sus necesidades físicas, pero también (y esto es lo propio de la especie humana) sus necesidades intelectuales, volitivas y afectivas: si se me permite decirlo, también porque desarrollare la imagen más adelante, en la familia el niño se encuentra como el pez en el agua.
La idea clave es la de que a menos edad, más protección; y la mayor protección, entraña limitación de la autonomía legal de unos niños que, en realidad, carecen de capacidad natural para ser autónomos; y, a la inversa, a mayor edad del niño, menos necesarios son los mecanismos de protección, y mayor debe ser la autonomía legal, porque la finalidad de todo este proceso es que al llegar a los 18 años el niño sea ya por completo autónomo, legalmente pero también intelectual, volitiva y afectivamente. También aquí el papel de la familia es clave: es en la familia donde se le protege, es en la familia donde aprende a ser autónomo. Y el éxito de la familia reside precisamente en conseguir que, cuando pase a adulto, sea efectivamente autónomo.
Cuando se prescinde de estas realidades, es cuando se producen paradojas y contradicciones, porque se acaba limitando la autonomía para decisiones poco relevantes, y ampliándola para las más importantes, de manera que, por ejemplo, haga falta permiso por escrito de los padres para ponerse un piercing o para ir de excursión con el colegio, pero no para abortar, cuando esto último puede marcar mucho más decisivamente la vida de la niña que aquello. En este caso, lo que se hace es privar a esos niños cuasi-adultos de la protección que siguen necesitando, y precisamente cuando más la necesitan. Lo que ocurre es que nuestro Derecho no sabe muy bien qué hacer con el menor, ni como tratarle, y de ahí las contradicciones y paradojas en que incurre. El problema es que la víctima de todo eso es, en primer lugar, el propio menor.